"La representación constituye la reducción de la complejidad de lo real a un instante, a un momento en el que, en aras de la delegación, del voto al representante, la vida se detiene para estancarse en el papel, en la voz, en la representación a él concedida. Este instante no es el momento creador, explosivo, liberador, sino, al contrario, el momento de la renuncia, de la resignación, de la sumisión de la individualidad y de la multitud. De esta forma, el representante —por muchos discursos democráticos que aseguren su vocación de servicio al pueblo— se erige en distinto, externo y superior al representado (ya que porta su voz, su voluntad, su opinión... durante varios años, aniquilando así la personalidad política y cívica del ciudadano). La tan recurrida separación entre los ciudadanos y la política no es, pues, un problema de conexiones, mensajes ni voluntades; es consustancial al ejercicio de la representación. La resultante «fosilización» de la vida compleja, real, se transmuta necesariamente en una esfera ajena al devenir social —aunque opere, en muchos casos de forma dramática, sobre él— pero superior, en su pretensión y en su práctica. Evidentemente, este enfoque de la mediación que ligo a las llamadas democracias representativas es mucho más patente si cabe en la representación operada por líderes totalitarios o populistas, que aúnan en sus personas la expresión de la voluntad y subjetividad de las masas por aclamación (Canetti [1983], Sloterdijk [2002])."
En Tránsito por lo in-mediato en Estrategias de la Imaginación de Alfonso Vázquez
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