La vida no es más real que un cuento. Es una interpretación. Una sucesión de vivencias, y de sus interpretaciones. Y los cuentos son ejemplos de interpretaciones, pero no de cualesquiera, sino que los buenos cuentos captan lo esencial de la vivencia, es decir, lo esencial de la vida. Por ello, se dice de ellos que ayudan a vivir, a interpretar, a sentir, a pensar... mejor.
He descubierto un blog de un tal Eugenio García González con una colección de cuentos por la que merece la pena darse una vuelta de vez en cuando. De momento, os sugiero una leyenda sioux sobre las ataduras del amor:
- "El águila y el halcón". Entre otras muchas reflexiones que también, centrándome en los principales ejes de reflexión de este blog, este cuento me sugiere una analogía al concepto de proyecto compartido -en sentido monolítico- de la empresa: compromiso versus inmanencia.
Los cuentos son universales. Da igual que sea una leyenda sioux, una fábula persa, un cuento tibetano o zen o sufí o talmúdico... Hablan de la vida, del humano, no del inserto en y determinado por las condiciones socioculturales, sino del humano transcultural y transhistórico. Por eso los cuentos nos sirven de forma universal, aunque hubieran sido concebidos en una cultura y una tipología de sociedad que nada tienen que ver con las nuestras. Precisamente, desde las nuestras los cuentos resultan bastante extraños, alejados de la realidad, resultan demasiado "cuentos", demasiado ficticios. Y digo yo: ¿será que el capitalismo tiene muy poco que ver con lo humano y nos ciega? ¿que las lógicas imperantes nos alejan de lo humano? ¿que no nos permiten ver lo esencial de la vida, eso que se refleja en los cuentos?
Probablemente toda sociedad se erige sobre lógicas que se alejan de lo humano y, en este sentido, la sociedad capitalista sería una más de ellas. Más humana en algunos aspectos y más deshumanizadora en otros. Las lógicas de la acumulación, de traducción de todo valor al referente universal del dinero, de la maximización del beneficio, de la mercantilización de toda relación, etc. son realmente deshumanizadoras. ¿Seremos capaces de debilitar estas lógicas y de hacer que emerjan las lógicas o los valores que imperan en los cuentos? ¿O nos veremos por siempre abocados hacia lógicas que nos alejan de lo humano?
Alfonso Vázquez ha escrito recientemente un provocador artículo (¿Innovar en la crisis?) sobre la idea de que estemos no ante el Fin de la historia -por la insuperabilidad del capitalismo que defendiera Fukuyama-, sino en la antesala del Fin del capitalismo. Su lógica de acumulación ha abarcado todo territorio imaginable y cuando la economía productiva ha sido invadida totalmente se ha seguido en una escalada por un plano diferente: el de la economía financiera. El valor monetario se corporeiza y sus lógicas mueven el mundo. Parece de ciencia ficción, pero es la cruda realidad. No obstante, la burbuja financiera ha pinchado con lo que el capitalismo queda herido -¿cómo garantizar su lógica de acumulación?-. Veremos qué nuevas zonas de territorialización se inventan o si realmente entran en juego elementos que cambien la historia, ya que como decía Daniel Innerarity recientemente en "La otra desaceleración" :
"nuestra época parece caracterizarse por el hecho de que nada permanece pero tampoco cambia nada esencial, un tiempo en el que pasan demasiadas cosas y, a la vez, estamos llenos de repeticiones, rituales y rutinas. De ahí la sospecha de que tras la dinámica de aceleración permanente hay un paradójico estancamiento de la historia en el que nada realmente nuevo comparece."
3 comentarios:
Muy bonito el cuento y muy interesante tu reflexión, Maite. En efecto, las normas morales de nuestras sociedades unidas a la lógica del Capital nos han llevado a una situación paradójica: “somos lo que poseemos”. Nos definimos por lo que son nuestras propiedades: Soy economista, tengo tal trabajo, tengo este marido, tengo esta casa y este coche, tengo estos hijos... No nos definimos por lo que “somos”, eso queda pudorosamente oculto, porque ahí se gestan los fantasmas que sacuden nuestras emociones, que nos impulsan a ser más allá de lo que tenemos, que preludian nuestro sacrificio “para ser, y en tanto somos, dar un sí que glorifica”.
Y el amor, el deseo expresado, no ha escapado a este círculo de dominio. Para amar nos parece que tenemos que poseer al amado, que tiene que ser nuestro en todos los aspectos y de nadie más; creamos un círculo de correspondencia: te doy para seguir recibiendo, me das para que te siga dando, nos poseemos mutuamente y exclusivamente. Y basamos nuestra seguridad en ello y en todo lo que le rodea: la casa, los niños, el coche, las familias, los amigos...
Aunque hay algo racional en este comportamiento –como las sociedades feudales pusieron de manifiesto para los señores, no para los siervos, sólo que ahora está “democratizado”- no deja de ser inquietante “asomarse” a esta forma de exterioridad: nuestro roce con el exterior se basa en poseer o ser poseídos, y desde ahí desplegamos nuestra actividad. Pero, ¿hay otras posibilidades?
Los grandes amores de las leyendas, de los relatos, han sido siempre los de la posesión imposible, los del deseo y el desgarro; son los amores del don, del dar sencillamente porque se quiere, no porque haya una transacción económica o de cualquier otro tipo; de la expectación ante lo que llegará, impredecible, lejano, apareciendo y desapareciendo en la niebla...
Y, tal vez si pensamos qué quedará de nosotros cuando ya nos hayamos ido, ¿quedará lo que poseíamos? ¿O quedará lo que dimos?
Para no hacer muy pesado este comentario, incorporo en otros que siguen algunas citas que me han gustado sobre este tema...
Gracias, Maite.
Sobre la economía del don:
“El problema es moverse hacia alguna cosa radicalmente Otra... Debemos producir algo que todavía no existe y sobre lo cual no podemos saber cómo y qué será.” (Foucalt)
“Esto sería una economía de conexiones interactivas entre la gente; una economía en la cual la reapropiación puede ser diferida, quizá infinitamente, a cambio de la circulación continuada del dar; una economía consistente de unas gentes por venir, unas gentes donantes de presentes, unas gentes capaces de perder partes de ellas mismas sin perder su integridad, unas gentes con tolerancia hacia los movimientos del otro, capaz de existir en una ‘relación hacia el otro en la cual el regalo no calcula su influencia’ (Cixous y Clément).” (Thomas Bay)
Y cierro con Samuel Beckett:
“Sostenía en sus rodillas una gran bolsa negra, como yo imagino a una comadrona. Estaba llena de frascos rutilantes... Tomó uno y me lo ofreció, diciendo, Uno y seis. ¿Qué quería? ¿Vendérmelo? Procediendo con esta hipótesis le dije que no tenía dinero. ¡No quiero dinero!, gritó. De golpe su mano se colocó detrás de mi nuca, sus vigorosos dedos se cerraron y con un giro y un tirón me colocó frente a él.. Pero en lugar de despacharme comenzó a murmurar palabras tan dulces que fui blando y dejé caer mi cabeza en su regazo. Entre la voz acariciante y los dedos sujetando mi nuca, el contraste era inquietante. Pero gradualmente las dos cosas se unieron en una esperanza devastadora, si me atrevo a decir, si me atrevo... De golpe me empujó hacia atrás y me enseñó el frasco otra vez... ¿Lo quieres? dijo. No, pero dije que sí, para no molestarle. Propuso un cambio. Déme su sombrero, dijo. Dije que no. ¡Qué vehemencia! dijo. Yo no tengo nada, dije... Un silencio largo. Y si me da un beso, dijo finalmente. Yo sabía que había besos en el aire... Debía haber visto en mi cara que toda pasión todavía no estaba agotada.” (Beckett)
Publicar un comentario