Tengo anotada entre viejos apuntes una frase de Jorge Bucay que dice que “ser feliz es sentir la convicción de estar en el camino correcto”.
Esto cuadra con que las religiones prometan la felicidad: marcan el camino correcto y basta con seguirlo y tener fe en él para ser feliz. Las variadas autoayudas operan igual: te marcan caminos, te los crees, te encaminas y ya está. Y las pertenencias y las morales y las identidades... Incluso variadas formas de maestros, brujos y guías en quienes uno delega la elección (¿Hay mayor felicidad que la elusión de toda responsabilidad bajo la convicción de seguir el dictado del buen camino?).
Tampoco es extraño que las dudas -tan elogiadas por la gente reflexiva-, el combate de los dogmas, la aniquilación de verdades en una búsqueda cuasi obsesiva de la siempre inaprehensible verdad, la vida de los poetas, en definitiva, sea a ratos desdichada. La duda se paga, hace sufrir.
Me detengo en una idea que acabo de expresar. Quizá el único verbo que hace a la verdad es la contemplación. Se contempla, se intuye... y ya se esfuma; no aguarda, no permite que se la agarre. Por eso es -la verdad- la materia prima de los poetas, que erigen de sustancia polimorfa y ambigua. [1]
La expresión que sirve de excusa a estas líneas era feliz; esa sensación de estar haciendo las cosas bien, de seguridad sobre la acción de uno, nos hace -no cabe duda- sentirnos bien. Pero ¿qué sentimos las demás de las veces? Ya nos sugiere Bucay que no sería felicidad, pero ¿que sería? ¿qué sería...
- sentir la convicción de estar en el camino equivocado...
- sentir la convicción de haber abandonado el camino correcto...
- sentir la convicción de no estar en el camino correcto...
- sentir dudas sobre si se está o no en el camino correcto...
- ignorar cuál es el camino correcto...
- sentir la convicción de que no hay caminos correctos
- ...
Puede que compremos la felicidad a base de kilos de autoengaño que nos hacen creer que seguimos en el ilusorio camino correcto, mecanismo tan eficaz que aprendemos a manejar desde pequeñitos, hasta que un día quizá descubrimos el ardid.
Recojo un fragmento de El malestar en la cultura de Freud (donde, por cierto, habla prolijamente sobre la felicidad):
“¿qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo.
Lo que en el sentido más estricto se llama felicidad, surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión, y de acuerdo con esta índole sólo puede darse como fenómeno episódico. Toda persistencia de una situación anhelada por el principio del placer sólo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues nuestra disposición no nos permite gozar intensamente sino el contraste, pero sólo en muy escasa medida lo estable. Así, nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución. En cambio, nos es mucho menos difícil experimentar la desgracia.”
Parece contraintuitivo dudar del camino correcto y la felicidad como guías vitales, no obstante la cuestión está sobre la mesa: ¿es la felicidad lo que ha de guiarnos o es otra cosa, que, la verdad, no sabría definir?
[1] PD: Para profundizar en el concepto de la intuición del poeta (frente a la habilidad lógica y explicativa del intelectual), recomiendo la entrevista a Julio Cortázar (Televisión Española, programa “A Fondo”, 1977, entrevistador: Joaquín Soler Serrano). Incrusto [Parece que eliminaron el vídeo por lo que copio enlace a vimeo] la entrevista, aunque aviso para que, en su caso, se pueda planificar su visionado, dura unas dos horas: