Todos los escritores que nos gusta leer nos atraen precisamente porque de una u otra manera hablan de la esencia humana, de lo que somos en nuestro ser más profundo, de nuestras contradicciones y, también, de cómo las personas se encuentran a sí mismas o encuentran sentido a su existencia. Hay miles de relatos literarios que recogen –con mayor o menor acierto, que gustarán más a unos que a otros- estas vivencias subjetivas que a veces aportan nuevas miradas, nuevas pistas a quien las lee o ve en una película. Hablamos de encontrarse, emanciparse, liberarse, realizarse, autorealizarse, desarrollarse, crecer… No tengo el menor interés en hacer en este escrito tentativas de generalización sobre cómo alcanzar la realización –hay muchos libros de autoayuda y muchos autores que han alcanzado fama y publican bestsellers con estos temas-. Yo más bien quiero reflexionar sobre la idea de la imposibilidad de llegar a esa generalización dada la esencia subjetiva e inmanente del proceso de crecimiento, con las implicaciones que ello tiene, por ejemplo, para las herramientas en gestión de personas que se inventan y reinventan. Y como inmanente que es, también quiero sugerir la relación entre el proceso de crecimiento y el deseo. ¿Puede alguien sin deseo ser libre? ¿Y ser una gran persona, capaz de grandes cosas –en el mejor sentido de la palabra “grande”?
Una de las primeras aproximaciones que tuve a la idea de crecimiento fue en la carrera con la pirámide de Maslow. Como sabéis, este autor habla de cinco niveles de necesidades que el ser humano va alcanzando por niveles, requiriendo –según este modelo- tener uno cubierto para ascender al siguiente, y en la cúspide se coloca la realización personal. Llevando a un extremo caricaturesco este modelo, podríamos caer en la tentación de pensar la humanidad como algo cuyas necesidades pudieran objetivarse y medirse, para perseguir así fórmulas que nos condujeran a mayores cotas de satisfacción global. Pero, intuitivamente algo nos dice que esto nunca podrá ser… No hay objetivación posible en algo tan subjetivo como el crecimiento personal, creo yo. Y aquí podemos encontrar la clave del fracaso del sistema educativo en el sentido de que la enseñanza reglada y objetivada no da sujetos más emancipados, libres, maduros y “crecidos” como habrían esperado nuestros abuelos, para quienes estudiar era un privilegio reservado a los ricos. Es obvio que el acceso a la cultura crea personas con mentalidades más abiertas, que son capaces de desentrañar lo esencial de lo superficial. Pero hoy por hoy a pesar del elevado número de personas que acceden a estudios superiores, no tenemos la sensación de vivir en una sociedad radicalmente más avanzada -plagada de personas realizadas- que hace unas décadas. Esta no es una sensación personal, ¿verdad?. Y creo que la clave está en que el proceso de crecimiento es un proceso no objetivable, sino subjetivo, único para cada individuo, que contrasta con la tendencia permanente hacia la objetivación del sistema educativo y los métodos académicos.
El niño nace y lo primero que percibe es a sí mismo, aunque necesite un proceso de aprendizaje -¿que dura toda la vida?- para entenderse… Nace con una pulsión de sí mismo que debe aprender a controlar y modular por el principio de realidad. Su entorno se encargará de enseñarle a contener su pulsión y a guiarse por algo que está fuera de sí mismo, pero que en buena medida interioriza (es la idea subyacente en el Superyo de Freud). Se trata de que el niño aprenda a objetivar, a controlar sus impulsos para tener comportamientos socialmente aceptables que le permitan convivir con otros en las reglas de juego que rigen cada sociedad.
Va adquiriendo modelos de comportamiento y normas objetivadas que le dictan desde algo exterior a sí mismo -aunque hayan sido ya asimilados e interiorizados- cómo comportarse para… Siempre hay un “para” cuando se actúa desde parámetros no inmanentes. “Hay que portarse bien para que mamá esté contenta y te quiera”; “hay que estudiar para aprobar los exámenes y pasar de curso”; “hay que vestir a la moda para no ser rechazada”; “hay que tener un trabajo para poder ser económicamente independiente”; etc.
Actuar según estas pautas da una sensación de seguridad al individuo. Seguridad de que va a ser aceptado en el grupo, de que está tomando las decisiones que se esperan de él y le van a deparar un mejor futuro, etc. A título de ejemplo, en sociedades con normas morales muy cerradas salirse de la norma puede poner al individuo en una situación muy delicada. Igualmente, quien hoy se sale de los patrones de consumo y estilo de vida considerados normales también se pone en una situación social delicada. Pero podríamos pensar en otros miles de ejemplos más sutiles como el lenguaje que utilizamos para que se nos etiquete de una u otra manera, lo mismo sobre el vestir o los hobbies que tenemos o los deseos que declaramos o lo que decimos y callamos en una reunión o ante el jefe… o los comportamientos derivados de la disciplina de partido en política…
Pues bien, llego a la conclusión –que supongo será obvia para muchos, pero quizá no para otros- que crecer es volver al deseo, a lo inmanente, es decir, a lo que surge del ser, quitándose capas de seguridad que te ofrece lo exterior, lo objetivado, o dicho de otra manera, establecer una nueva relación actitudinal en términos de pensamiento, emoción y acción con la propia subjetividad. El proceso de crecimiento es así un proceso de desaprendizaje y desprendizaje de elementos objetivos que nos daban una aparente seguridad para dejar que la subjetividad se despliegue, para irse encontrando uno con la desnudez de sí mismo: lo único que siempre lo va a acompañar.
Claro que entiendo este proceso como algo absolutamente social, no como una huida hacia uno mismo –cual si se tratara de un monje que se encierra en un monasterio para el resto de su existencia-, sino como un surgir de una individualidad más rica, que aporta más a su entorno y sociedad; que se erige sobre cimientos más sólidos por ser inmanentes, y por tanto indisociables del ser, inquebrantables.
Se avanza en el proceso de crecimiento, esencialmente subjetivo, a través de la compleja red de relaciones de todo tipo que cada individuo teje. Desprendiéndose de miedos, complejos y limitaciones, sin romper la red. Esto hace que sea tan difícilmente extrapolable y generalizable, aunque, como decía antes, la expresión de otras vivencias y subjetividades es fuente de mejor comprensión de la propia esencia. Recientemente leía el autobiográfico “El lugar” de Annie Ernaux que habla de la dolorosa búsqueda de un espacio diferente al que su entorno más cercano le ofrece, en coherencia -yo diría- con su plano de inmanencia. Es una mirada interesante sobre el sufrimiento con el que se recorren estos procesos.
Y tras todo esto, tras hablar de toda esta complejidad, vuelvo a un tema que he dejado enunciado en el primer párrafo: cómo se está abordando este tema desde las llamadas herramientas de gestión de personas.
Es obvio que alguien que vive su trabajo como algo que le motiva, le ilusiona, le emociona aportará muchísimo más que alguien que lo vive como una estresante y alienante pero ineludible obligación. Creo que nadie argumentará en contra de la tesis anterior. Ahora bien, el siguiente paso, una vez adquirimos conciencia de ello, puede ser –y de hecho en muchas ocasiones así es- algo así como: “es conveniente que el trabajo te ilusione, luego, te ordeno que tu trabajo te ilusione”, por supuesto, dicho con florituras, bonitos discursos, ejemplos de buenas prácticas, etc. Con esto el trabajador debe asumir otro elemento exterior más que se le impone, es decir, el de no dar muestras de que su trabajo no le motiva. Es fácil entender que esto no da como resultado un trabajo realmente realizador, sino que, como mucho, creará un nuevo plano de lenguaje y modos, contaminados de cinismo. Es fácil –en muchas ocasiones- descubrir la vacuidad de los discursos que hablan de lo importante que es lograr que el trabajo sea realizador, cuando se pretende que esto suceda “sin mover ninguna ficha”. Por decirlo de otro modo, que a alguien su trabajo le realice y le sirva para desarrollarse no es algo que pueda estar en manos del líder del equipo de trabajo si todos los elementos clave vienen dados. Si lo que queremos es un trabajo realizador, no basta con discursos, sino que hará falta que la esencia del trabajo pueda ser modificada, porque, en definitiva, es realizador aquello que surge de la propia subjetividad, y de ello tenemos un buen ejemplo en las artes. Suele caerse en una incoherencia total entre la pretensión de que una actividad sea realizadora y el hecho de que el sujeto que la realiza no tenga margen de decisión sobre el cómo, el qué, el cuándo y el para qué de dicha actividad. Concluyo así, diciendo que apropiarse de lo que uno hace es condición indispensable para que lo que uno hace le resulte realizador.
Una de las primeras aproximaciones que tuve a la idea de crecimiento fue en la carrera con la pirámide de Maslow. Como sabéis, este autor habla de cinco niveles de necesidades que el ser humano va alcanzando por niveles, requiriendo –según este modelo- tener uno cubierto para ascender al siguiente, y en la cúspide se coloca la realización personal. Llevando a un extremo caricaturesco este modelo, podríamos caer en la tentación de pensar la humanidad como algo cuyas necesidades pudieran objetivarse y medirse, para perseguir así fórmulas que nos condujeran a mayores cotas de satisfacción global. Pero, intuitivamente algo nos dice que esto nunca podrá ser… No hay objetivación posible en algo tan subjetivo como el crecimiento personal, creo yo. Y aquí podemos encontrar la clave del fracaso del sistema educativo en el sentido de que la enseñanza reglada y objetivada no da sujetos más emancipados, libres, maduros y “crecidos” como habrían esperado nuestros abuelos, para quienes estudiar era un privilegio reservado a los ricos. Es obvio que el acceso a la cultura crea personas con mentalidades más abiertas, que son capaces de desentrañar lo esencial de lo superficial. Pero hoy por hoy a pesar del elevado número de personas que acceden a estudios superiores, no tenemos la sensación de vivir en una sociedad radicalmente más avanzada -plagada de personas realizadas- que hace unas décadas. Esta no es una sensación personal, ¿verdad?. Y creo que la clave está en que el proceso de crecimiento es un proceso no objetivable, sino subjetivo, único para cada individuo, que contrasta con la tendencia permanente hacia la objetivación del sistema educativo y los métodos académicos.
El niño nace y lo primero que percibe es a sí mismo, aunque necesite un proceso de aprendizaje -¿que dura toda la vida?- para entenderse… Nace con una pulsión de sí mismo que debe aprender a controlar y modular por el principio de realidad. Su entorno se encargará de enseñarle a contener su pulsión y a guiarse por algo que está fuera de sí mismo, pero que en buena medida interioriza (es la idea subyacente en el Superyo de Freud). Se trata de que el niño aprenda a objetivar, a controlar sus impulsos para tener comportamientos socialmente aceptables que le permitan convivir con otros en las reglas de juego que rigen cada sociedad.
Va adquiriendo modelos de comportamiento y normas objetivadas que le dictan desde algo exterior a sí mismo -aunque hayan sido ya asimilados e interiorizados- cómo comportarse para… Siempre hay un “para” cuando se actúa desde parámetros no inmanentes. “Hay que portarse bien para que mamá esté contenta y te quiera”; “hay que estudiar para aprobar los exámenes y pasar de curso”; “hay que vestir a la moda para no ser rechazada”; “hay que tener un trabajo para poder ser económicamente independiente”; etc.
Actuar según estas pautas da una sensación de seguridad al individuo. Seguridad de que va a ser aceptado en el grupo, de que está tomando las decisiones que se esperan de él y le van a deparar un mejor futuro, etc. A título de ejemplo, en sociedades con normas morales muy cerradas salirse de la norma puede poner al individuo en una situación muy delicada. Igualmente, quien hoy se sale de los patrones de consumo y estilo de vida considerados normales también se pone en una situación social delicada. Pero podríamos pensar en otros miles de ejemplos más sutiles como el lenguaje que utilizamos para que se nos etiquete de una u otra manera, lo mismo sobre el vestir o los hobbies que tenemos o los deseos que declaramos o lo que decimos y callamos en una reunión o ante el jefe… o los comportamientos derivados de la disciplina de partido en política…
Pues bien, llego a la conclusión –que supongo será obvia para muchos, pero quizá no para otros- que crecer es volver al deseo, a lo inmanente, es decir, a lo que surge del ser, quitándose capas de seguridad que te ofrece lo exterior, lo objetivado, o dicho de otra manera, establecer una nueva relación actitudinal en términos de pensamiento, emoción y acción con la propia subjetividad. El proceso de crecimiento es así un proceso de desaprendizaje y desprendizaje de elementos objetivos que nos daban una aparente seguridad para dejar que la subjetividad se despliegue, para irse encontrando uno con la desnudez de sí mismo: lo único que siempre lo va a acompañar.
Claro que entiendo este proceso como algo absolutamente social, no como una huida hacia uno mismo –cual si se tratara de un monje que se encierra en un monasterio para el resto de su existencia-, sino como un surgir de una individualidad más rica, que aporta más a su entorno y sociedad; que se erige sobre cimientos más sólidos por ser inmanentes, y por tanto indisociables del ser, inquebrantables.
Se avanza en el proceso de crecimiento, esencialmente subjetivo, a través de la compleja red de relaciones de todo tipo que cada individuo teje. Desprendiéndose de miedos, complejos y limitaciones, sin romper la red. Esto hace que sea tan difícilmente extrapolable y generalizable, aunque, como decía antes, la expresión de otras vivencias y subjetividades es fuente de mejor comprensión de la propia esencia. Recientemente leía el autobiográfico “El lugar” de Annie Ernaux que habla de la dolorosa búsqueda de un espacio diferente al que su entorno más cercano le ofrece, en coherencia -yo diría- con su plano de inmanencia. Es una mirada interesante sobre el sufrimiento con el que se recorren estos procesos.
Y tras todo esto, tras hablar de toda esta complejidad, vuelvo a un tema que he dejado enunciado en el primer párrafo: cómo se está abordando este tema desde las llamadas herramientas de gestión de personas.
Es obvio que alguien que vive su trabajo como algo que le motiva, le ilusiona, le emociona aportará muchísimo más que alguien que lo vive como una estresante y alienante pero ineludible obligación. Creo que nadie argumentará en contra de la tesis anterior. Ahora bien, el siguiente paso, una vez adquirimos conciencia de ello, puede ser –y de hecho en muchas ocasiones así es- algo así como: “es conveniente que el trabajo te ilusione, luego, te ordeno que tu trabajo te ilusione”, por supuesto, dicho con florituras, bonitos discursos, ejemplos de buenas prácticas, etc. Con esto el trabajador debe asumir otro elemento exterior más que se le impone, es decir, el de no dar muestras de que su trabajo no le motiva. Es fácil entender que esto no da como resultado un trabajo realmente realizador, sino que, como mucho, creará un nuevo plano de lenguaje y modos, contaminados de cinismo. Es fácil –en muchas ocasiones- descubrir la vacuidad de los discursos que hablan de lo importante que es lograr que el trabajo sea realizador, cuando se pretende que esto suceda “sin mover ninguna ficha”. Por decirlo de otro modo, que a alguien su trabajo le realice y le sirva para desarrollarse no es algo que pueda estar en manos del líder del equipo de trabajo si todos los elementos clave vienen dados. Si lo que queremos es un trabajo realizador, no basta con discursos, sino que hará falta que la esencia del trabajo pueda ser modificada, porque, en definitiva, es realizador aquello que surge de la propia subjetividad, y de ello tenemos un buen ejemplo en las artes. Suele caerse en una incoherencia total entre la pretensión de que una actividad sea realizadora y el hecho de que el sujeto que la realiza no tenga margen de decisión sobre el cómo, el qué, el cuándo y el para qué de dicha actividad. Concluyo así, diciendo que apropiarse de lo que uno hace es condición indispensable para que lo que uno hace le resulte realizador.
Maite Darceles
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Cuaderno de trabajo 4: Educación
Ego, reconocimiento y poder, 10-08-09
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Cuaderno de trabajo 4: Educación
Ego, reconocimiento y poder, 10-08-09
5 comentarios:
En primer lugar, Maite, felicitarte por tu magnífico escrito y decirte que me ha sugerido múltiples temas a la vez que me ha suscitado múltiples interrogantes. ¡Es la riqueza que tienen aportaciones como las tuyas!
Coincido muy ampliamente con tus enfoques y desarrollos, pero hay dos temas –que tú conectas- que no me acaban de encajar con el tono general de tu artículo: Crecimiento personal y deseo.
Como pasa con otros vocablos muy de moda, podemos interpretar el “crecimiento personal” de mil formas. Tú misma afirmas, acertadamente, “Y creo que la clave está en que el proceso de crecimiento es un proceso no objetivable, sino subjetivo, único para cada individuo”. Entonces, ¿qué significa “crecer”? Supongo que lo que cada persona suponga de sí misma, en términos de bienestar o malestar. Y, si esto es así, me parece que te deslizas en una zona de contradicción cuando afirmas: “Claro que entiendo este proceso como algo absolutamente social, no como una huida hacia uno mismo –cual si se tratara de un monje que se encierra en un monasterio para el resto de su existencia-, sino como un surgir de una individualidad más rica, que aporta más a su entorno y sociedad; que se erige sobre cimientos más sólidos por ser inmanentes, y por tanto indisociables del ser, inquebrantables.” ¿Por qué tiene que ser ese proceso algo “absolutamente” social, partiendo del principio de que todo es social, por afirmación o negación? Para el ermitaño, su soledad sería una forma de crecimiento personal, como para la monja de clausura. Y esta forma de crecimiento personal –como tantas otras- se fundamenta en la felicidad de clausurar todo deseo.
Cierto que más adelante concluyes “crecer es volver al deseo, a lo inmanente, es decir, a lo que surge del ser, quitándose capas de seguridad que te ofrece lo exterior, lo objetivado, o dicho de otra manera, establecer una nueva relación actitudinal en términos de pensamiento, emoción y acción con la propia subjetividad.”, pero mi interrogante es: ¿Por qué crecer? ¿Por qué tenemos que utilizar terminologías “socialmente” positivas, evolutivas? ¿Y si volver al deseo fuese vagabundear, temblar, empequeñecerse creciendo (Alicia), agonizar?
Y esto se liga, en mi opinión, con un enfoque un tanto “romántico” del deseo, que seguro que es la forma en que lo estás experimentando tú, pero que no tiene por qué serlo universalmente. Así, cuando dices “¿Puede alguien sin deseo ser libre? ¿Y ser una gran persona, capaz de grandes cosas?” surge la pregunta “pero, ¿hay alguien sin deseos? ¿no son estos consustanciales con la naturaleza humana –y otras?” Otra cosa es que los deseos sean ocultados, reprimidos, espectralizados, histerizados... supongo que es a la liberación del deseo, a su reconocimiento vital, a lo que te refieres cuando enuncias “deseo”, pues deseos tenemos todos, por lo que ni explican ni dejan de explicar el crecimiento personal en la acepción que tú pareces darle (“como un surgir de una individualidad más rica, que aporta más a su entorno y sociedad”).
Deleuze y Guattari han desarrollado una rica filosofía sobre el deseo –bien entendido que se puede estar de acuerdo o no- por lo que recurro a su noción de Cuerpo sin Órganos para explicar lo que quiero decir (lo hacen mejor que yo):
“De todas maneras tenéis uno (o varios), no tanto porque preexista o dado hecho —aunque en cierto sentido preexiste—, sino porque de todas maneras hacéis uno, no podéis desear sin hacer uno —os espera, es un ejercicio, una experimentación inevitable, ya hecha en el momento en que la emprendéis, no hecha en tanto que no la emprendáis. No es tranquilizador, puesto que podéis fallarlo o bien puede ser terrorífico, conduciros a la muerte. Es no-deseo tanto como deseo. De ningún modo es una noción, un concepto, más bien es una práctica, un conjunto de prácticas. El Cuerpo sin Órganos no hay quien lo consiga, no se puede conseguir, nunca se acaba de acceder a él, es un límite. Se dice: ¿qué es el CsO? —pero ya se está en él, arrastrándose como un gusano, tanteando como un ciego o corriendo como un loco, viajero del desierto y nómada de la estepa. En él dormimos, velamos, combatimos, vencemos y somos vencidos, buscamos nuestro sitio, conocemos nuestras dichas más inauditas y nuestras más fabulosas caídas, penetramos y somos penetrados, amamos.”
El deseo no es romanticismo, ni realización, ni placer, aunque puede ser todo esto y sus contrarios, y sus intermedios... Puede tanto impulsar a conseguir las más altas cimas, como desplegarse en formas de degeneración, autodestrucción, dolor y muerte: el cuerpo del masoquista, el cuerpo del esquizofrénico, el cuerpo del suicida. El límite de la máquina deseante es el Cuerpo sin Órganos, y el límite del Cuerpo sin Órganos es la muerte. “Creíamos habernos hecho un buen CsO, habíamos escogido el Lugar, la Potencia, el Colectivo (siempre hay un colectivo, incluso si se está solo), y luego nada pasa, nada circula, o algo hace que eso ya no pase.” El deseo es la vida, aunque tenga que reptar entre las moles de la cultura, las costumbres y la moral.
Coincido plenamente contigo en el lugar que asignas a la inmanencia como potencia constructora del por-venir, y, por supuesto, al papel complejo, articulador y represor a la vez, que nuestras sociedades hacen operar sobre ella. Nos hablarán de lo trascendente, en donde la inmanencia debe “realizarse” para ser digna, pero... “Cada vez que el deseo es traicionado, maldecido, arrancado de su campo de inmanencia, ahí hay un sacerdote. El sacerdote ha lanzado la triple maldición sobre el deseo: la de la ley negativa, la de la regla extrínseca, la del ideal trascendente. Mirando hacia el Norte el sacerdote ha dicho: deseo es carencia (¿cómo no iba a carecer de lo que desea?).” Y “La figura más reciente del sacerdote es el psicoanalista, con sus tres principios, Placer, Muerte y Realidad. Sin duda, el psicoanálisis había mostrado que el deseo no estaba sometido a la procreación ni siquiera a la genitalidad. Esa era su modernidad. Pero seguía conservando lo esencial, incluso había hallado nuevos medios para inscribir en el deseo la ley negativa de la carencia, la regla externa del placer, el ideal transcendente del fantasma.”
Por ello, cuando se afirma que la “necesidad es la conciencia del deseo” se está operando la limitación brutal –la castración- que los poderes dominantes en nuestras sociedades preconizan: Pues la carencia está estructurada por la sociedad, es producida por la sociedad; el deseo es primigenio –adoptará unas u otras expresiones según las épocas históricas-, la necesidad es estrictamente histórica, viene producida sólo por las condiciones sociales y su pulsión de reproducción. Tu análisis de la pirámide de Maslow me parece, en este sentido, plenamente acertado.
Enhorabuena, Maite.
NOTA: Todas las citas están tomadas de Deleuze y Guattari, “Mil mesetas”.
Maite:
Me surgen estas preguntas que te transmito:
Si el crecimiento es en su esencia subjetivo ¿No hay ningún tipo de crecimiento objetivable?
Si el crecimiento es la realización del deseo ¿No es posible crecer sin desearlo? ¿No es posible desear no crecer?
Si no existe crecimiento sin deseo ¿El deseo precede el crecimiento biológico? ¿Es intrínseco al crecimiento biológico? ¿No podría ser una construcción mental y de carácter simbólico?
¿Qué entiendes por “deseo”? ¿Un principio primigenio?, o ¿La expresión del conjunto y la combinación de elementos psicológicos?, o ¿La dialéctica e interrelación entre el YO, el OTRO y la REALIDAD?
¿Puede haber deseo sin relación a un objeto o a los otros? ¿Puede el deseo existir fuera de la relación a la realidad?
¿Cómo sitúas el deseo con relación a la necesidad?
¿No es el deseo polimorfo?
¿No puede el deseo nacer del mimetismo y de la imitación del deseo de los otros? ¿En este caso podemos hablar de deseo primigenio?
¿No se va hacia otro tipo de metafísica cuando se anuncia la manifestación del ser en el advenimiento del deseo?
Cordiales saludos
Mariano Iriarte
Elgoibar 10.10.2007
Gracias, Alfonso y Mariano.
Gracias, Alfonso, por tu magnífica exposición que debería ser entrada más que comentario, y gracias a los dos por hacerme dudar, reflexionar y así profundizar.
He pensado en mil ejemplos que apoyan, unos, y contradicen, otros, lo que escribí sobre la relación entre crecimiento y deseo. Esto me ha permitido seguir profundizando en la idea que quise explicar, que lo intento a continuación.
“Yo deseo” y “yo realizo mi deseo” son afirmaciones cuyos significados sólo dependen del sujeto “yo”. No digo que el sujeto “yo” sea consciente en todo momento de sus deseos –a veces, el deseo se manifiesta con acciones, de consecución u ocultación, más que con la consciencia-, ni mucho menos que los realice siempre, simplemente digo que esas afirmaciones sólo dependen de la subjetividad del sujeto “yo”. (Otro tema, que trato también a continuación, es que lo exterior influye en mi subjetividad).
“Yo crezco” es algo que no puedo afirmar sólo desde mí, sino que intervienen en su significado criterios exteriores a mí: ¿Soy capaz de aportar más a mi entorno, de enriquecer mis relaciones? ¿He aprendido a solventar mis problemas –algunos-, y a ayudar a los demás?
Uno puede desear violar a otra persona, incluso llega a perpetrar ese crimen, pero a nadie en su sano juicio –desde nuestra perspectiva objetiva- se le ocurrirá plantear que ese sujeto ha crecido en ese acto abominable. Tampoco alguien crece si culmina su deseo de desaparecer, sino que con la muerte llega al límite del decrecimiento, de la destrucción.
Entonces, ¿qué sentido tiene establecer una relación como la que yo quise establecer? Para ello, primeramente voy a reflexionar sobre la esencia del deseo y su diferencia con el concepto de necesidad. [Un apunte: cada palabra puede adoptar en nosotros significados distintos, por ello, este tipo de reflexiones no son más que propuestas de interpretación, de dar significado a las palabras, más que de descubrirlas].
El deseo es algo inmanente. Ahora bien, adopta formas en el contexto y en el momento que vive el ser. Yo soy distinta a cada momento, porque soy un continuo flujo de movimientos, de ideas, de relaciones, de percepciones… El deseo que surge de mí va cambiándose también a cada momento. El hecho, pues, de que el deseo surja del ser no significa que sea algo que no cambie, que no se transforme conmigo, sino todo lo contrario.
La forma que adopta el deseo va transfigurándose en nosotros. Y no hay un deseo, sino que hay una multiplicidad de deseos en cada uno de nosotros que van transformándose, apareciendo y desapareciendo, con cada uno de los acontecimientos que vivimos. Lo que da vida a alguien es que siga manteniendo esa “chispa”, esa ilusión de que haya cosas que le llenan, que le emocionan, que le gustan. Si no, nos encontramos ante muertos vivientes, personas carentes de vitalidad. Deseo es aquello que cuando lo realizas te llena, aquello que mueve tus emociones.
Que el deseo sea inmanente no significa que lo exterior no influya en él. El ser se modifica a cada instante y lo hace en una combinación y recombinación de sí influida totalmente por la relación que mantiene con su entorno y, principalmente, con los otros, es decir, con lo exterior.
La necesidad es algo que objetivamente se considera necesario –valga la redundancia- para el (buen) desarrollo de la persona. La necesidad es objetiva, y como toda objetividad se va transformando según nuevas circunstancias, nuevos conocimientos, nuevas influencias, etc. Confundir lo objetivo con la verdad absoluta da lugar a pensamientos fundamentalistas, radicales, dogmáticos.
Así, van cambiando las recomendaciones dietéticas, y de la misma manera, hace unas –bastantes- décadas quizá primaba la idea de que el niño “necesitaba” ser sometido a una autoridad exterior (padre, maestro, gobernante), mientras que hoy se habla mucho más de que el niño necesita amor y cariño y que se le permita expresarse, sin reprimirle demasiado, aunque, por supuesto, se le presenten unos límites claros. Y creo que lo que se dice de los niños sirve también para los adultos, ¿o no?
Podemos decir que alguien desea morir. Nunca diremos que necesita morir. Porque no tenemos tipificada esa necesidad, no entra en la lista de necesidades para el (buen) desarrollo de una persona. Quizá lo vieran de forma distinta en las sociedades en que se practicaban sacrificios humanos. Podemos decir que alguien desea matar a alguien. Tampoco hablaremos de necesidad en ese caso, por supuesto. Yo necesito comer, pero, puedo desearlo o no; puedo estar padeciendo un proceso anoréxico o de depresión profunda, pero, la falta de deseo no quita para que objetivamente lo necesite.
Las necesidades son objetivadas por la sociedad en que vivimos. Yo necesito ganar x para mantener una vida acorde con las relaciones que mantengo; mi entorno, de alguna manera, me impone esa necesidad, como otras mil. Las necesidades de cada persona son distintas porque además de su diferente biología, su entorno (único y específico para cada uno) influye de manera individual en la configuración de las necesidades de cada cual.
Pues bien, hay relación entre necesidad y deseo. Yo necesito aprobar un examen para continuar con mis estudios, y lo deseo, claro. Los deseos de alguien dependen fuertemente de su contexto.
Lo que yo intentaba transmitir es que en la medida en que el deseo de alguien va adoptando formas menos dependientes de lo que su entorno le impone (que en este texto hemos definido como necesidad) y más guiadas por su pulsión de vida –que no de muerte y destrucción-, y en la medida que los realiza, la persona crece más, le llevan a un proceso de aprendizaje y de poder aportar más.
En esta línea de separación entre deseo y necesidad, hace unos meses leí un libro titulado “Hacia el cumplimiento del deseo. Más allá del melodrama” editado en 1988 en Argentina –eskerrik asko, Dani. En este libro se hace una especie de cartografía de vidas: la vida plena, intensamente vivida; la vidilla melodramática y el escapismo telemelodramático. Aborda el tema de la búsqueda de felicidad y realización desde la perspectiva de la salud mental. Y para ello le resulta esencial “diferenciar entre el ‘deseo’ de vivir a plenitud, de la ‘necesidad’ de meramente sobrevivir, sin importar cuál sea la calidad de esta supervivencia.” “Cuando el sujeto se percibe reiterada e irreversiblemente incompetente para cumplir sus deseos –puesto que ello pone en peligro la satisfacción de su necesidad de sobrevivir- tiende a escaparse de los problemas “dramáticos” relevantes, que necesariamente le plantea dicho cumplimiento, a desplazar y concentrar defensivamente su atención y su desempeño en problemas “melodramáticos”, irrelevantes. Entones, el deseo pleno de alcanzar la felicidad se “pervierte” (Aulagnier, 1966), y se transforma en un pseudodeseo defensivo melodramático, en una mezcla híbrida, y muy perniciosa, de necesidad y deseo.”
Para terminar voy a utilizar un ejemplo del libro de Jacques Attali, “Una breve historia del futuro” –Gracias Mariano- que me parece muy ilustrativo de lo que quiero decir:
“En este punto, emerge la importancia futura de las empresas de seguros. La lógica lineal es la siguiente: las empresas pagan menos impuestos, el ciudadano tiene que pagarse más servicios, como no puede hacerlo prefiere asegurarse (de todo o casi todo), para poder ser asegurado debe dejarse "escanear" (cumples los requisitos para poder ser asegurado), y después debes ir comprobando que sigues cumpliendo las condiciones del contrato. Aparece así la idea más interesante, a mi entender, del libro: lo que el denomina los "surveilleurs", que yo traduciré por "objetos de vigilancia".
La gente será consciente que para cumplir las condiciones de sus contratos de seguro (seguro de todo), deberá escanearse. Por ejemplo, el seguro de salud requerirá hacer un esfuerzo por mantenerse en forma. Asegurarse de empleo (por si dejas de tenerlo) exigirá que hagas esfuerzos para mantenerte al día (empleabilidad). Entonces, los aparatos o métodos que te permitirán ver si estas o no en las condiciones exigidas por los contratos serán los "objetos de vigilancia". (…) “El mundo se convertirá en un gigantesco mercado, en el que todo tiempo no utilizado para consumir será considerado tiempo perdido. Un mundo de gente solitaria que consumirá cada vez más. Y en el que toda acción colectiva parecerá impensable.” (Resumen de Alfons Cornellá en infonomia.com)
Este mundo de ciencia ficción, que estoy segura de que no llegará, plantea el extremo de lo que trato de explicar. La persona en ese futuro de Jacques Attali tiene condicionado su deseo (desea seguir siendo asegurado) exclusivamente por lo objetivo, por lo exterior; lo realice o no (conseguir ser asegurado) no hay pulsión de vida en ese deseo, sino exclusivamente objetividad, necesidad. Esos seres estarían más cerca de la condición de máquina que de humano.
Bueno, me dejo alguna idea, pero creo que ya me he extendido bastante.
Muchas gracias y continuamos…
Transcribo unos párrafos del libro "El deseo según Deleuze" de Maite Larrauri estrechamente relacionados con esta entrada:
"La vida es aquello en lo que nos encontramos metidos, lo que nos empuja. Es más fuerte que cualquiera, porque nace más acá de nosotros y nos lleva más allá de nosotros. Un flujo, una corriente, un viento. La vida, así vivida, es una vida gozosa, es una vida que se mueve por deseos y por alegría. Una alegría del crecimiento, no edificada sobre el resentimiento, ni sobre el odio, ni sobre las desgracias ajenas; una alegría que no necesita la tristeza de los otros para existir. La imagen de la vida como un viento, como un huracán, sirve para entenderla. Siguiendo esta imagen –nos dice Deleuze- se podría afirmar que “un huracán avanza alegremente”. Su alegría proviene del mismo avance, de su propio movimiento y no de la destrucción de las casas a su paso. El huracán contento de causar muerte y destrucción a su paso es el huracán resentido, el huracán contento de su movimiento es el huracán gozoso."
Y más adelante: "crecimiento y alegría. Ambas son indisolubles. Un crecimiento que no conduce a la alegría puede ocultar la imposición de un territorio que no es el nuestro (como el caballo de carreras convertido en caballo de labranza), Una alegría que no produce crecimiento puede estar larvada de triste resentimiento (la alegría del envidioso cuando ve que le van mal las cosas a aquel al que envidia)."
A la bonita cita que haces, Maite, del libro de Maite Larrauri, le adjunto una nota con la que se cierra “Rizomas”, de Deleuze y Guattari, como humilde refuerzo a tus comentarios.
“¡Haced rizoma y no raíz, no plantéis nunca! ¡No sembréis, horadad! ¡No seáis ni uno ni
múltiple, sed multiplicidades! ¡Haced la línea, no el punto! La velocidad transforma el punto en línea. ¡Sed rápidos, incluso sin movernos! Línea de suerte, línea de cadera, línea de fuga. ¡No suscitéis un General en vosotros! Nada de ideas justas, justo
una idea (Godard). Tened ideas cortas. Haced mapas, y no fotos ni dibujos. Sed la Pantera Rosa, y que vuestros amores sean como el del la avispa y el de la orquídea, el gato y el babuino.
Un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo. El árbol es filiación, pero el rizoma tiene como tejido la conjunción “y...y...y...”. En esta conjunción hay fuerza suficiente para sacudir y desenraizar el verbo ser. ¿A dónde vais? ¿De dónde partís? ¿Adónde queréis llegar? Todas estas preguntas son inútiles. Hacer tabla rasa, partir o repartir de cero, buscar un principio o un fundamento, implican una falsa concepción del viaje y del movimiento (metódico,
pedagógico, iniciático, simbólico...).
El medio, no es una media, sino, al contrario, el sitio por el que las cosas adquieren
velocidad. Entre las cosas no designa una relación localizable que va de la una a la otra y recíprocamente, sino una dirección perpendicular, un movimiento transversal que arrastra a la una y a la otra, arroyo sin principio ni fin que socava las dos orillas y
adquiere velocidad en el medio.”
Sigue deleitándonos con tus escritos...
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