El mal de alturas

Parece que hay personas que suben tanto, crecen tanto que allí se quedan, por encima del resto, creyéndose rodeados por una aureola que les endiosa… Oí a un amigo que el golf es un deporte para humildes: un día tienes buena suerte, y el siguiente, salvo que sea a base de mucho esfuerzo y mucho trabajo, te pone en tu sitio… Y a mí, que nunca he jugado al golf, me pareció una buena metáfora para la vida misma, ¿no les parece? Malo de aquel que se deje arrastrar en volandas por éxitos pasados, tocando de puntillas el suelo y volviendo a las nubes en una alfombra voladora… Y es que a algunas personas con tanto éxito, con tanto logro, parece que el resorte que les impulsa haya dejado de contraerse y les mantenga perpetuamente en las alturas, sin pisar, aunque sólo fuera de cuando en cuando. Desde tanta altura no resultaría extraño que se sintieran más próximos a los dioses, claro, y que dejaran de considerarse personas como el resto y olvidaran que las cosas se logran con esfuerzo, con dedicación, con trabajo, apegados al día a día, haciendo que las cosas sucedan, que las ideas se lleven a ejecución, consiguiendo apoyos y complicidades de otros, consiguiendo que voluntades se aúnan, consiguiendo que la gente se ilusione, es decir, que sienta, que se emocione, que persiga sus deseos… Pues, algo así debe de ser… pero es que la cruda realidad es que todo esto no se hace desde las alturas…
Maite Darceles

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6 comentarios:

Anónimo dijo...

“La gente tiene estrellas que no se parecen nada. Para los que viajan, las estrellas son guías. Para otros no son más que lucecitas. Para los sabios, son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas están calladas. Tú tendrás estrellas como nadie las tiene...
Cuando mires al cielo por la noche, como viviré en una de ellas, para ti será como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!
Y cuando te hayas consolado (siempre acaba uno consolándose), te alegrarás de haberme conocido. Seguirás siendo mi amigo. Tendrás ganas de reír conmigo. Y a veces abrirás tu ventana, así, por placer... Y tus amigos se asombrarán al verte reír mirando al cielo. Entonces les dirás: ‘¡Sí, las estrellas siempre me hacen reír!’. Y te creerán loco. Te habré jugado una mala pasada.”

Un día descendió, me amó, y luego volvió a las estrellas. Nunca se encontró su cuerpo, aun cuando a veces me llega su risa...

Maite Darceles dijo...

Gracias Espectra por estas deliciosas palabras. Reconozco que me cuesta dirigirme a un nombre sin cara –por eso, probablemente, he tardado tanto en contestarte-, pero a ti no –o no te cuesta o no soy un nombre sin cara para ti…-. Hablamos de estrellas y alturas y tú hablas de la risa y de la vida… Mi texto era escrito en tono de crítica y el tuyo, tan amable, desde la ingenuidad de un niño que vive en un mundo de fantasía. Quizá sea mejor viajar a esos mundos para entender la realidad. He viajado por sus páginas y he descubierto, por ejemplo, el origen de la bonita –aunque ya suene demasiado comercial- frase “lo esencial es invisible a los ojos”…
Una pregunta: ¿Tu nombre guarda algún secreto? Creo haber descifrado parte de su significado, pero podría no ser más que mera casualidad…

Anónimo dijo...

¿Un nombre sin cara? ¿Una persona sin rostro? Tal vez. Nos conocimos en el Carnaval, tú llevabas la cara oculta por el disfraz, y yo me había quitado el disfraz que llevo sólo cuando no es Carnaval. Por eso, tal vez tú no me reconoces pero sí yo a ti.
“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.”
Y ya has viajado a los mundos de la risa y de la vida, ya tienes mucho que decir sobre ellos, cuéntanos qué ocurre allí, así podremos compartir tu alegría más allá del Carnaval. ¿Qué ocurre en el mundo de las estrellas? ¿Cómo estallan las ilusiones? ¿Cómo, si se puede, alguien desde allí regresa a la tierra? Tú has creado la fantasía de tu vida, ahora dinos cómo podemos vivirla nosotras, cómo se viaja a las estrellas, si hay billete de vuelta o, tan solo, nos queda nuestra risa resonando para siempre.
¿Y mi nombre? Yo tengo todos los nombres del mundo, como tú los contienes todos, y en cada momento suenan diferentes porque llaman a nombres diferentes...

Maite Darceles dijo...

Recientemente en una entrevista a Paul Auster la periodista afirmaba que el arte es inútil en términos prácticos. A lo que Auster respondía que mucha gente piensa eso, pero que él está en desacuerdo; decía también que los artistas, especialmente los escritores, no se contentan con el mundo tal y como es y que él tiene la necesidad de crear alternativas a lo que existe en la realidad y citaba una frase bellísima de Tarkovsky: «La gente hace arte porque la vida no es perfecta».

Por supuesto, no me reconozco en la palabra “arte”, pero sustituyéndola por un modesto “escribir” me siento identificada por esto que dice Auster. Y ese es mi mundo de fantasía: creer que lo que yo pueda escribir puede ser útil para alguien (y para mí). Ese es mi sueño, y mientras tenga fuerzas seguiré intentando que mi fantasía se haga realidad. A veces, un pequeño bache hace que la fantasía se me desvanezca ante mis ojos o mis sentidos y me enfrento a la cruda y objetiva realidad, o, puede que la deformación perversa de la realidad no me deje ver la verdadera realidad de mi fantasía… Hoy tengo un motivo para seguir luchando por aquello que merece la pena.

Por cómo tú escribes creo que tienes un acceso muy fácil a ese mundo con el que yo sueño. Quizá sólo te falta animarte o que alguien te anime, o quizá tú tengas otros sueños… ¿Qué dices?

Anónimo dijo...

“Y ahora él había alcanzado la cumbre. ¡Ah, mi dulce amor, perdóname! Potentes manos lo alzaron. Abriendo sus ojos, miró hacia abajo, esperando ver, bajo él, la espléndida selva, las cumbres, Malinche, Cofre de Perote, como aquellas cimas de su vida conquistadas una tras otra antes que el supremo ascenso de todas hubiese sido exitosa, aunque inconvencionalmente, completado. Pero no había nada allí: ni cumbres, ni vida, ni escalas. Ni era esta cúspide exactamente una cumbre: no tenía substancia, no base firme. Se estaba desmoronando también, cualquier cosa que fuera, colapsando, mientras él caía, caía dentro del volcán, si bien ahora había ese horrible ruido de lava incrustado en sus oídos, estaba en erupción, aunque no, no era el volcán, era el mundo mismo lo que estallaba, estallaba en negros chorros de ciudades lanzadas al espacio, con él, que caía en medio de todo, caía en un bosque, caía...
De pronto gritó, y fue como si este grito fuera proyectado de árbol en árbol, como si sus ecos regresasen y, luego, como si los árboles se cerraran sobre su cabeza, se cerrasen apiñados sobre su cuerpo, compadecidos...”
Este es el final triste tanto del mal de alturas como de los amores imposibles, pero hay otro más feliz. De momento, la voz que, desde la distancia de las estrellas, mucho tiempo después, llegaba a su amada:
“¿Quién disparará la flecha
que los hombres sigan a través de tu gracia
cuando yo sea el Señor de tus recuerdos
y tu armadura se convierta en encaje?
¿Quién te escribirá canciones de amor?”

Anónimo dijo...

¿Hay también un bien de alturas?
“Llegan como el destino, sin causa, razón, consideración, o pretexto. Están presentes como el relámpago está presente, demasiado temibles, demasiado repentinos, demasiado convincentes, demasiado ‘diferentes’ incluso para llegar a ser odiados. Su trabajo es la instintiva creación de formas, la imposición de formas. Son los más involuntarios e inconscientes artistas en existencia. Cuando ellos aparecen algo nuevo se hace pronto presente, una estructura de poder viviente, algo en lo cual las partes y funciones quedan desmarcadas y coordinadas, en lo cual hay, en general, no lugar para cualquier cosa que no derive primero su ‘significado’ desde su relación con la totalidad.”
Si conoces a alguno de ellos, avísame; si tú eres de ellos, dímelo.

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